¿A quién le sirve la huelga general?

0
 Por Sebastián Silenzi

Hoy, una vez más, la Confederación General del Trabajo ha llamado a un paro nacional. Es el tercero en pocos meses. Las calles se vacían, los servicios se frenan, y el país entero siente el impacto de una medida que, aunque legítima, no deja de generar preguntas, suspicacias y hasta hartazgo.
¿A quién le sirve este paro? ¿A los trabajadores realmente representados por la CGT? ¿A la dirigencia gremial que busca recuperar protagonismo político? ¿O simplemente es una muestra de fuerza frente a un gobierno que, guste o no, fue electo democráticamente y busca implementar reformas profundas?
Desde caca quiero ir más allá del titular fácil y la consigna vacía. Y Ojo!!.. No se trata de deslegitimar el derecho a huelga —uno de los pilares de cualquier democracia—, sino de analizar a fondo el contexto, los actores, y sobre todo, las verdaderas motivaciones detrás de este paro.
La CGT habla de ajuste, de pérdida de poder adquisitivo, de despidos, de reforma laboral encubierta. Y sí, es cierto: el salario real ha caído, los índices de pobreza son alarmantes, y el modelo económico en curso golpea especialmente a los sectores más vulnerables. Pero también es cierto que muchas de estas problemáticas no son nuevas. Vienen de arrastre. De décadas de crisis cíclicas, de mala gestión, de corrupción, y también —hay que decirlo— de una dirigencia sindical que muchas veces ha mirado para otro lado.
¿Cuándo fue la última vez que la CGT hizo una autocrítica profunda? ¿Cuándo los líderes sindicales hablaron de transparentar sus propias estructuras, de abrir el juego a nuevos referentes, de rendir cuentas a los trabajadores que dicen representar?
El problema de fondo no es solo económico. Es político, institucional y cultural. Es la desconfianza generalizada de una ciudadanía que ya no cree ni en los gremios, ni en los partidos, ni en las promesas. Es la sensación de estar atrapados en un loop de paros, marchas y declaraciones rimbombantes que pocas veces se traducen en soluciones reales.
El paro de hoy deja millones sin transporte, niños sin clases, hospitales con atención mínima. ¿Y mañana qué? ¿Cuánto cambia realmente con esta medida? ¿Qué tan efectivo es un paro cuando no viene acompañado de propuestas concretas, de mesas de diálogo verdaderas, de capacidad real de construcción política?
No se puede negar que hay motivos de sobra para el descontento. Pero tampoco se puede seguir usando el sufrimiento de la gente como herramienta de presión sin asumir responsabilidades propias. Ni el Gobierno ni los gremios pueden lavarse las manos. Ambos tienen una cuota de culpa en esta crisis que se profundiza.
Por eso, más que un paro, hoy haría falta una autocrítica general. Una revisión profunda del rol de los sindicatos en el siglo XXI. Una dirigencia que deje de pensar en la rosca interna y empiece a mirar al trabajador real: al que no llega a fin de mes, al que teme perder su empleo, al que está fuera del sistema formal y nunca tuvo quien lo defienda.
En definitiva, este paro es una foto más en un álbum gastado. Un déjà vu de reclamos repetidos, de dirigentes eternizados, y de una sociedad que sigue esperando respuestas. Y mientras tanto, el reloj avanza, la pobreza crece, y el trabajador —el verdadero protagonista— sigue esperando que alguien, alguna vez, lo represente de verdad.